HÉROE DE GUERRA
Stokman
Mi
nombre es Orson, y soy un delfín. Más exactamente un delfín moteado.
Soy
inteligente, muy inteligente. No tanto como los humanos, aunque sí más que
alguno de ellos. Mi especie siempre ha sido muy inteligente: ya lo demostraron
cuando abandonaron la sucia tierra para regresar al mar del que nunca debieron
haber salido; además, una especie que practica el sexo por el puro placer de
hacerlo no puede ser muy estúpida. Aunque mis congéneres son inteligentes, mi
tipo de inteligencia es distinto.
Tal
vez no debería vanagloriarme tanto de ella, de todas formas no es natural.
Yo
no soy natural.
Bueno,
no quiero decir que funcione a cuerda o algo parecido. No, no es eso. Yo estoy
vivo, sólo que nací en un tubo de ensayo y cada vez que veo una cristalería
siento la tentación de llamarla mamá. No puedo hablar, al menos no como los
humanos, pensaron que con desarrollar mi cerebro ya tenían bastante y no se
preocuparon por nada más. Aunque pudiera hablar no les diría nada a ninguno de
ellos. Les odio, odio todo lo que son, sus cuerpos fofos y peludos, el sonido
de su voz, su olor. Odio lo que me han hecho y odio lo que me van a hacer. No
puedo hablar, pero puedo pensar. Oh sí, pienso a toda hora, en todo momento.
Estando encerrado en una piscina de diez metros cúbicos poco más se puede
hacer.
Ellos
me hicieron lo que soy, y les odio por ello. Antes me llamaban héroe de guerra,
ahora me llaman asesino. Ya saben lo que se dice: no puedes fiarte de alguien
que siempre sonríe, eso es que trama algo. Fui de utilidad en la última guerra,
la verdad es que no sé si fue la última, llevo demasiado tiempo aislado.
Entonces nadie me criticaba por matar, todo lo contrario: me animaban a ello.
1
Mis
misiones iniciales consistían en espiar a los barcos y submarinos enemigos: ver
qué escondían en su interior, cuántos hombres llevaban, cuál era su carga. Es
estupendo tener un sonar natural, ahora mismo puedo ver al guardia que hay
fuera de mi tanque de agua, está armado, sentado en una silla y su corazón late
muy despacio. Tal vez duerma.
Deberían despedirlo. Mis siguientes misiones
aumentaron en importancia y diversión, ¿por qué conformarse con espiar al
enemigo si podía destruirlo? En principio pensaron en misiones suicidas: me
cargarían de explosivos y me detonarían cuando estuviera junto al blanco
oportuno. Por suerte logré convencerles de que no lo hicieran, ¿qué mérito
tiene coger una bomba y colocarla donde te digan?
Hasta
mis primitivos congéneres podrían hacerlo.
Al
principio no había ningún problema, cogía una bomba lapa y la pegaba en el
casco del submarino de turno, me alejaba unos metros y con un simple silbido
establecido la hacía estallar. Fácil.
Nadie
tenía ningún tipo de defensa para un atacante tan rápido y tan ágil. Después de
que encontraran una posible defensa fue cuando comenzó la verdadera diversión.
En cuanto me acercaba a un objetivo una legión de submarinistas iba a mi
encuentro. Son tan torpes bajo el agua. En ocasiones me hirieron, tengo
cicatrices que lo demuestran. Pero, casi siempre, cuando querían intentarlo, ya
era tarde y el agua perdía su transparencia y se teñía de rojo, aunque no importaba:
yo tengo sonar. Ni siquiera saben sangrar.
Son
tan blandos.
Al
finalizar la guerra todo cambió. Pasé a formar parte de un equipo de rescate,
en realidad yo era el equipo entero aunque ellos pensaban que aceptaba sus
órdenes. Ese trabajo duró poco. Se suponía que mi labor era encontrar
supervivientes de accidentes en el mar, aunque nunca encontré ninguna persona
con vida. Bueno, eso no es del todo cierto, pero es lo que se creían ellos.
Son
tan ingenuos.
Cuando
el equipo se disolvió me enviaron a un espectáculo acuático. Orson, el delfín
más inteligente del mundo, es lo que decían los carteles. Ya sé que soy el
delfín más inteligente del mundo, por ese motivo no soportaba el hacer los numeritos
y las cabriolas que tan felices parecían hacer a mis compañeros. Y además
continuaban sonriendo. Lo que menos aguantaba era el pescado, nos lo daban a
todas horas. Se supone que debía gustarme, pero lo odiaba. Traté de que todo
pasara de la mejor forma posible, incluso había un par de hembras que no estaban
nada mal, pero echaba de menos tantas cosas. Un día vino a mí una de las que
más notaba a faltar. Fue durante una nueva atracción, bajó un voluntario del
público, era un niño rubio, una verdadera monada, y subió a lomos de uno de los
otros delfines. Éste, lejos de protestar por la carga, le dio unas vueltas por
la piscina sin dejar de sonreír. A mí el estómago me dio un vuelco y no sólo
por presenciar una escena tan degradante. Me acerqué hasta ellos y de un golpe
en su costado hice que el crío cayera al agua. Todo el mundo gritó, los
entrenadores nadaron hacia nosotros a toda la velocidad que sus inútiles
miembros les permitían. Demasiado tarde.
2
Cuando
me acerqué al niño empezó a sonreír, ¡el estúpido se reía!, cuando le di el
primer mordisco dejó de hacerlo. Cuando le di los siguientes dejó hasta de
respirar.
Son tan tiernos los niños. Mata
a dos mil personas en la guerra y serás un héroe. Mata sólo a una fuera de ella
y serás un asesino. Los hombres y su estúpida doble moral.
Esa
moral estúpida les impidió matarme, todavía no entiendo el motivo, pero eso
hace que les odie todavía más. Desde entonces me tienen encerrado, aislado de
todo, comiendo pescado nauseabundo. Se creen que ignoro sus planes, pero no es
cierto: piensan hacerme una lobotomía, quieren eliminar la parte de mi cerebro
que me hace diferente. Quieren que sea como los demás: un estúpido trozo de
carne que hace todo lo que se le ordena. ¡Y dicen que eso es de inteligentes!
Les odio por hacerme como soy y les odio por
que van a quitarme lo que soy. Les odio por todo lo que han hecho, pero son tan
sabrosos.
FIN
3