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jueves, 14 de noviembre de 2013
Pesadilla a 20 000 pies de altura de Richard Matheson
NIGHTMARE AT 20.000 FEET
Alone by Night (Michael & Don Congdon. ed.) Ballantine, Nueva York, 1962.
PESADILLA A 20.000 PIES
DE ALTURA
Richard Matheson
—Los cinturones, por favor —dijo animadamente la azafata al pasar a su lado.
Casi al mismo tiempo que lo dijo, el rótulo sobre el arco de la entrada que comunicaba con, el compartimiento delantero se iluminó
—ABRÓCHENSE LOS CINTURONES— con su correspondiente advertencia inferior: NO FUMAR. Wilson tomó una bocanada profunda y la exhaló a borbotones, y luego espachurró el cigarrillo sobre el cenicero del reposabrazos con un gesto irritado, como si estuviera dando puñaladas.
Fuera, uno de los motores tosió monstruosamente, vomitando una nube de vapores que se fragmentó en la atmósfera nocturna. El fuselaje empezó a temblar y Wilson, echando un vistazo por la ventana, vio la emisión de llamas surgiendo de la barquilla del motor. El segundo motor tosió, luego rugió, su turbina convertida instantáneamente en un borrón de revoluciones. Con tensa docilidad, Wilson se abrochó el cinturón sobre el regazo.
Ya estaban funcionando todos los motores, y la cabeza de Wilson palpitaba al unísono con el fuselaje. Permaneció muy rígido, mirando el asiento que tenía delante, mientras el avión DC-7 rodaba sobre la plata forma de estacionamiento, calentando la noche con el atronador estallido de sus escapes.
Cuyo resultado neto no añadiría ni una pizca de sentido a la historia de la humanidad. Era todo tan condenadamente.
Wilson tragó saliva cuando los motores empezaron su carrera de calentamiento previa al despegue. El sonido, que ya era fuerte, se volvió ensordecedor; oleadas de sonido que chocaban contra los oídos de Wilson como bastonazos. Abrió la boca como para dejar que se derramaran. Sus ojos se vidriaron como los de un hombre enfermo sus manos se apretaron en garras tensas.
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Dio un respingo, retrayendo las piernas, al sentir que le tocaban el brazo. Apartando la cabeza de golpe, vio a la azafata que le había recibido en la puerta. Le estaba sonriendo.
— encuentra bien? —Apenas consiguió distinguir sus palabras.
Wilson apretó los labios y agitó la mano ante ella como si quisiera espantarla. Su sonrisa centelleó con un resplandor excesivo, y luego se extinguió cuando se dio la vuelta y se alejó.
El avión empezó a moverse. Al principio de forma letárgica, como un coloso que se esforzara por levantar la carga de su propio peso. Luego con más velocidad sacudiéndose la resistencia de la fricción. Wilson, volviéndose a la ventanilla, vio la pista oscura corriendo a su lado cada vez más rápido. Se produjo un gemido mecánico en el extremo del ala cuando bajaron los alerones. Entonces, de forma imperceptible, las ruedas gigantescas comenzaron a perder contacto con el suelo, y la tierra empezó a quedarse atrás. Debajo, centellearon los árboles, los edificios, las flechas de mercurio de los faros de los coches. El DC-7 se escoró lentamente a la derecha, elevándose hacia el resplandor gélido de las estrellas.
Por fin se enderezó, y los motores parecieron detenerse hasta que el oído de Wilson, al ajustarse, captó el murmullo de su velocidad de crucero. Un momento de alivio liberó sus músculos, transmitiéndole cierta sensación de bienestar. Luego pasó. Wilson permaneció sentado e inmóvil, mirando el cártel de PROHIBIDO FUMAR hasta que se apagó con un parpadeo, y entonces encendió un cigarrillo rápidamente. Rebusco en la bolsa trasera del asiento que tenía delante y sacó su periódico.
Como de costumbre, el mundo se encontraba en un estado similar al suyo. Fricciones en círculos diplomáticos, terremotos y tiroteos, asesinatos, violaciones, tornados y colisiones, conflictos económicos, crimen organizado. Dios está en el Cielo y todo está en paz en la Tierra, pensó Arthur Jeffrey Wilson.
Quince minutos después, abandonó el periódico. Tenía el estómago fatal. Echó un vistazo al cartel de los dos lavabos. Ambos, iluminados, decían OCUPADO. Sacó su tercer cigarrillo desde el despegue y, apagando la luz de arriba, miró a través de la ventanilla.
A lo largo de toda la cabina, la gente ya estaba apagando las luces y reclinando los asientos para dormir. Wilson miró su reloj. Las once y veinte. Resopló cansinamente. Corno se temía, las píldoras que había tomado antes de embarcar no le habían hecho el menor bien.
Se levantó bruscamente cuando la mujer salió del lavabo. Agarró su bolsa y avanzó por el pasillo.
Como era de esperar, su organismo no estaba cooperando. Wilson se levantó con un gemido de cansancio y se ajustó las ropas. Tras lavarse las manos y la cara sacó el juego de aseo de la bolsa y exprimió un hilo de pasta sobre su cepillo de dientes.
Mientras se cepillaba, con una mano agarrada a la mampara para sujetarse, echó un vistazo. A través de la portilla a unos metros de distancia estaba el azul pálido de la hélice interior. Wilson visualizó lo que ocurriría si se soltara y como un cuchillo de carnicero de tres hojas, viniera dando vueltas hacia él.
Se produjo un encogimiento repentino en su estómago. Wilson tragó instintivamente un poco de saliva con sabor a dentífrico bajó por su garganta. Boqueando, se volvió y escupió en la pila y luego, apresuradamente, se lavó la boca y bebió un trago. Santo cielo, ojalá hubiera podido ir en tren. Tendría su propio compartimiento, daría un paseo ocasional hasta
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el vagón cafetería, se sentaría en un sillón con una bebida y una revista. Pero en este mundo no disponía de tanto tiempo ni de tanta fortuna.
Estaba a punto de recoger el juego de aseo cuando su mirada se detuvo en el paquete de hule que llevaba en la bolsa. Vaciló; luego, dejando el pequeño maletín sobre la pila, sacó el paquete y lo abrió sobre su regazo.
Se quedó sentado, mirando la engrasada simetría de la pistola. Ya hacia casi un año que la llevaba encima. Al principio, cuando se le ocurrió, fue por el dinero que transportaba, para protegerse de un atraco, para estar a salvo de las pandillas juveniles de las ciudades que tenía que visitar. Pero, en el fondo, siempre había sabido que sólo había una razón válida. Una razón en la que pensaba todos los días. Qué sencillo sería.., aquí, ahora...
Wilson cerró los ojos y tragó saliva rápidamente. Todavía podía saborear la pasta dentífrica en la boca, un leve picor de menta en flor. Se quedó sentado sobre el frío palpitante del inodoro, con el aceitoso revólver en las manos. Hasta que, de pronto, empezó a estremecerse de forma incontrolable. ¡Dios, déjame!, gritó su mente con brusquedad.
—Déjame, déjame —apenas reconoció el lloriqueo en sus oídos.
Bruscamente, Wilson se irguió en el asiento. Con los labios apretados, envolvió otra vez la pistola y la arrojó a la bolsa, puso la cartera encima y cerró la cremallera de la bolsa. Se levantó, abrió la puerta y salió al exterior, volvió a apresuradamente a su plaza y se sentó, deslizando el bolso de viaje hasta su sitio exacto. Ajustó el regulador del reposabrazos y se reclinó hacia atrás. Era un hombre de negocios y tenía negocios que hacer por la mañana. Así de sencillo. Su cuerpo necesitaba sueño, y él le daría sueño.
Veinte minutos después, Wilson se inclinó lentamente y apretó el botón, enderezando el asiento, su cara una máscara de derrota, ¿por qué combatirlo?, pensó. Era obvio que iba a permanecer despierto. No había más que hablar.
Había terminado más de la mitad del crucigrama cuando dejó que el papel cayera sobre sus piernas. Sus ojos estaban demasiado cansados. Irguiéndose, giró los hombros, estirando los músculos de la espalda.
¿Ahora qué?, pensó. No quería leer, no podía dormir. Y todavía faltaban —comprobó su reloj— entre siete y ocho horas para llegar a Los Ángeles. ¿Cómo iba pasarlas? Echó un vistazo a la cabina y vio que, excepto un único pasajero en el compartimiento delantero, todos estaban dormidos.
Una furia repentina y abrumadora le invadió. Quería chillar, tirar algo, golpear a alguien. Apretó los dientes con tanta rabia que le dolieron las mandíbulas, corrió las cortinillas con mano temblorosa y lanzó una mirada asesina a través de la ventana.
Fuera, vio las luces de las alas que parpadeaban encendiéndose y apagándose, y los relámpagos chillones del escape de las cubiertas de los motores. Ahí era donde estaba, pensó; a veinte mil pies sobre la tierra, atrapado en un cascarón aullante y mortal, atravesando la noche polar hacia...
Wilson dio una sacudida cuando un relámpago blanqueó el cielo, derramando su falso día sobre el ala. Tragó saliva. ¿Es que iba a haber tormenta?, la idea de la lluvia y los fuertes vientos, del avión como una astilla en el mar del cielo, no era agradable. Wilson era mal aviador. El exceso de movimiento siempre le ponía malo. Tal vez debería haberse tomado otro par de dramaminas para asegurarse. Y, por supuesto, su asiento estaba al lado de la puerta de emergencia. Imaginó que se abría accidentalmente; imaginó que era absorbido fuera del avión y que caía, chillando.
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Wilson pestañeó y agitó la cabeza. Sintió un leve cosquilleo en la nuca al pegarse a la ventanilla y mirar al exterior. Se quedó inmóvil, bizqueando. Podría haber jurado…
De pronto, los músculos de su estómago se sacudieron violenta mente y forzó la vista, había algo arrastrándose sobre el ala; sintió un temblor repentino y nauseabundo en el estómago. Santo Cielo, ¿es que algún perro o algún gato se había subido al avión antes del despegue y había conseguido agarrarse de alguna forma? Era una idea escalofriante. El pobre animal estaría enloquecido por el terror. Sin embargo; ¿cómo podido encontrar algún asidero en la superficie bruñida y barrida por el viento? Tenía que ser imposible. Puede que en realidad se tratara de un pájaro o…
El relámpago centelleó y Wilson vio que era un hombre. No pudo reaccionar. Estupefacto, observó la figura negra arrastrándose sobre el ala. Imposible. En algún lugar, envuelta en capas de aturdimiento, una voz se lo decía, pero Wilson no la escuchó. De lo único que era consciente era del palpitar titánico y desgarrador de su corazón... y del hombre que había fuera.
De pronto, como si le hubieran arrojado agua helada encima, se produjo una reacción; su mente saltó en busca del refugio de una explicación. Debido a algún descuido increíble, un mecánico había despegado con el avión y había conseguido aferrarse a él, aunque el viento le había arrancado las ropas, aunque el aire era escaso y casi gélido.
Wilson no se dio tiempo para contradecirse. Poniéndose en pie de un salto, gritó:
— ¡Azafata! ¡Azafata!
Su voz fue un sonido hueco y repiqueteante en la cabina. Clavó el dedo en el timbre para llamarla.
— ¡Azafata!
Llegó corriendo por el pasillo, su rostro tenso por la alarma. Cuando vio su mirada, se quedó paralizada.
— un hombre ahí fuera! ¡Un hombre! —gritó Wilson.
— ¿Qué? La piel se estiró en sus mejillas, alrededor de sus ojos.
— ¡Mire, mire! —-con mano temblorosa, Wilson se dejó caer de nuevo sobre su asiento y señaló la ventanilla—: Está arrastrándose hacia...
Las palabras terminaron con un gorgoteo ahogado en su garganta. No había nada en el ala. Wilson se quedó sentado, temblando. Durante un rato, antes de volverse, contempló el reflejo de la azafata en la ventanilla. Tenía una expresión vacía en el rostro.
Por fin, se volvió y la miró. Vio sus labios rojos separarse como si quisiera hablar, pero no dijo nada, sólo volvió a unir los labios y a tragar saliva, un intento de sonrisa distendió brevemente sus rasgos.
—Lo siento —dijo Wilson—. Debe de haber sido una...
Se detuvo como si hubiera terminado la frase. Al otro lado del pasillo una adolescente le miraba con la boca entreabierta, presa de una curiosidad soñolienta
La azafata se aclaro la garganta.
— ¿Necesita algo? — preguntó.
—Un vaso de agua—dijo Wilson.
La azafata se dio la vuelta y volvió por el pasillo, tomó una honda bocanada de aire y se apartó del escrutinio de la jovencita. Se sentía como si no hubiera pasado nada. Eso era lo que más desconcertaba ¿Dónde estaban las visiones, los gritos, el golpear de puños sobre las sienes, el arrancarse los pelos? Cerró bruscamente los ojos. Había un hombre, pensó.
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Había un hombre, de verdad. Por eso se sentía igual, y sin embargo, no podía haberlo habido; lo sabía con toda claridad, permaneció sentado con los ojos cerrados, preguntándose qué estaría haciendo en aquellos momentos Jacqueline si estuviera en el asiento de al lado. ¿Estaría en silencio, atónita, sin habla? ¿O estaría, de una manera más comprensiva haciendo todo tipo de aspavientos, son riendo, charlando, fingiendo que no lo había visto? ¿Que pensarían sus hijos? Wilson sintió que un sollozo seco amenazaba con estallar en su pecho. Oh, Dios…
—Su agua, señor.
Con una sacudida, Wilson abrió los ojos.
— ¿Quiere una manta? —preguntó la azafata,
—No —agitó la cabeza—: Gracias —añadió, preguntándose por qué estaba siendo tan educado.
—Si necesita cualquier cosa, solo tiene que llamar—dijo.
Wilson asintió. Detrás de él, mientras permanecía sentado con el vaso de agua sin tocar en la mano, oyó las voces ahogadas de la azafata y de uno de los pasajeros. Dolido, se puso tenso. Se inclinó bruscamente y, teniendo cuidado de no derramar el agua, sacó la bolsa de viaje. La abrió, extrajo la caja de somníferos y se tragó dos. Estrujó el vaso vacío, lo introdujo en el bolsillo del asiento que tenía delante, luego, sin mirar, corrió las cortinillas. Ya está... se acabó. Una alucinación no significaba que estuviera loco.
Se giró sobre el costado derecho e intentó mantenerse firme contra el movimiento entrecortado de la nave. Tenía que olvidarlo, eso era lo más importante. No podía seguir dándole vueltas. Inesperadamente, descubrió que una sonrisa irónica se formaba en sus labios. Bueno, por Dios, al menos nadie podría acusarle de tener alucinaciones vulgares. Cuando se lo proponía, lo hacía a lo grande. Un hombre desnudo arrastrándose sobre el ala de un DC-7 a veinte mil pies... era una fantasía digna del más noble de los lunáticos.
Su humor se esfumó rápidamente. Sintió un escalofrío. Había sido tan clara, vívida. ¿Cómo habían podido ver sus ojos algo que no existía? ¿Cómo había podido lo que estaba en su mente hacer que el acto físico de ver sirviera a sus propósitos de una forma tan completa? No se sentía aturdido, ni mareado, ni había sido una visión amorfa y vaporosa. Había sido claramente tridimensional, había formado por completo parte de las cosas que veía y que sabía que eran reales. Eso era lo que le asustaba. No había tenido la menor cualidad onírica. Había mirado el ala y...
Con un impulso, Wilson retiró la cortinilla.
En el primer instante, no supo si sobreviviría. Parecía que todo el contenido de su pecho y de su estómago se estuviera hinchando horriblemente, el sobrante subiéndole por la garganta y la cabeza, ahogándole la respiración, apretándole los ojos. Prisionero en aquella masa hinchada, su corazón palpitó acongojado, amenazando con reventar su envoltorio mientras Wilson permanecía sentado, paralizado.
Apenas a un palmo, separado de él por el grosor de un trozo de cristal, el hombre le estaba mirando. Era un rostro repugnantemente maligno, no era un rostro humano. Su piel era mugrienta, de una aspereza de anchos poros; la nariz era un bulto achatado y descolorido; los labios estaban deformes, agrietados, separados por dientes de un tamaño grotesco y forma retorcida; los ojos estaban hundidos y eran pequeños.., y no parpadeaban. El conjunto estaba enmarcado por un pelo revuelto y sucio que brotaba también en tupidos mechones de los oídos y la nariz del hombre, como si fuera un pájaro y que bajaba por sus mejillas.
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Wilson se quedó clavado a su asiento, incapaz de dar respuesta. El tiempo se detuvo y perdió su significado. Todas las funciones y análisis cesaron. Todo se quedó paralizado en el hielo del estupor. Sólo continuó el latido del corazón, como un saltar frenético en la oscuridad. Wilson no era capaz ni de parpadear. Con los ojos abiertos, sin aliento, devolvía la mirada de la criatura.
Entonces, bruscamente, cerró los ojos y su mente, libre de la visión, se recompuso. No está ahí, pensó. Apretó los dientes, el aliento temblando en sus narices. No está ahí, sencillamente no está ahí.
Aferrando los reposabrazos con dedos que se volvían pálidos en los nudillos, Wilson fortaleció su ánimo. Ahí fuera no hay ningún hombre, se repitió. Era imposible que hubiera un hombre ahí fuera, agazapado en el ala, mirándole.
Abrió los ojos...
…y se encogió sobre el asiento con una bocanada de aire jadeante. El hombre no sólo seguía allí, sino que estaba sonriendo. Wilson cerró los dedos y se clavó las uñas en las palmas hasta que el dolor fue intenso. Siguió así hasta que no quedó duda alguna en su mente de que estaba completamente despierto. Entonces, poco a poco, con el brazo tembloroso y entumecido, Wilson se estiró hacia el timbre para llamar a la azafata. No volvería a cometer el mismo error: gritar, levantarse de un salto, alarmar a la criatura para que huyera. Empez6 a levantar lentamente el brazo, con un temblor horrorizado en los músculos porque el hombre le estaba observando, los ojuelos siguiendo el movimiento de su brazo.
Apretó el botón cautelosamente una, dos veces. Venga ahora, pensó. Venga ahora con sus ojos objetivos y vea lo que yo veo... Pero de se prisa.
Oyó cómo se retiraba una cortina en la parte posterior de la cabina y, de pronto, su cuerpo se puso rígido. El hombre había girado su monstruosa cabeza en aquella dirección. Paralizado, Wilson le miró. Aprisa, pensó. ¡Por amor de Dios, de se prisa! Se acabó en un segundo. Los ojos del hombre volvieron a mirar a Wilson, en sus labios una sonrisa de astucia monstruosa. Luego, con un salto, desapareció.
— ¿Qué desea? —
Por un instante, Wilson sintió la angustia absoluta de la locura, su mirada no dejaba saltar del sitio donde había estado el hombre a la cara inquisitiva de la azafata, y así una y otra vez. De vuelta a la azafata, y otra vez al ala, y de nuevo a la azafata, el aliento contenido, los ojos desquiciados por el pavor.
— ¿Qué ocurre? —preguntó la azafata.
Fue la mirada en su rostro la que lo provocó. Wilson suprimió sus emociones. Nunca le creería. Lo comprendió en un instante.
—Lo... lo siento —balbuceo. Tragó tan secamente que produjo un sonido gorgotéate en su garganta—. No es nada... Discúlpeme. Resultaba obvio que la azafata no sabía qué decir. Seguía inclinándose contra el movimiento de mecedora de la nave, con una mano agarrada al respaldo del asiento que había al lado del de Wilson, y la otra moviéndose blandamente por la costura de la falda. Sus labios estaban levemente separados, como si quisiera hablar pero no pudiera encontrar las palabras.
—Bueno —dijo por último, y se aclaró la garganta—. Si... necesita algo.
—Sí, sí, Gracias. ¿Vamos a... meternos en una tormenta?
La azafata sonrió apresuradamente.
—Una pequeñita —dijo—. Nada de lo que preocuparse.
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Wilson asintió con breves sacudidas. Luego, mientras la azafata se alejaba, tomó aliento violentamente y notó cómo le ardían las narices. Estaba seguro de que y le tomaba por loco, pero no sabía qué hacer porque en sus cursillos de preparación no le habían dado instrucciones sobre cómo ocuparse de los pasajeros que creyeran ver hombrecillos agazapados en el ala.
¿Qué creyeran?
Wilson giró la cabeza bruscamente y miró al exterior. Miró la silueta oscura del ala, la llamarada de los escapes, las luces parpadeantes. Había visto al hombre, eso podía jurarlo. ¿Cómo podía ser plenamente consciente de todo lo que le rodeaba, como podía cuerdo en todos los sentidos, y al mismo tiempo imaginar algo así? ¿Era lógico que la mente, al desmoronarse, en lugar de distorsionar toda la realidad, insertara una visión extraña en el conjunto todavía intacto de los detalles?
No, no era lógico en absoluto.
De pronto, pensó en la guerra, en las noticias de los periódicos que hablaban de la existencia de supuestas criaturas en el cielo que habían hostigado a los pilotos aliados durante sus misiones. Recordaba que les llamaban gremlins. ¿Existían realmente unos seres así? ¿Existían realmente en las alturas; sin caer nunca, cabalgando en el viento, en apariencia dotados de masa y peso, y sin embargo inmunes a la gravedad?
Estaba pensando en eso cuando el hombre volvió a aparecer.
El ala estaba vacía. Y de pronto, descendiendo en arco, el hombre cayó de un salto sobre ella. No pareció que produjera ningún impacto. Aterrizó de forma insegura, con sus brazos cortos y peludos estirados como para mantenerse en equilibrio. Wilson se puso tenso. Sí, había inteligencia en su mirada. El hombre —¿podía pensar en él como un hombre?—, de alguna forma comprendía que había engañado a Wilson para que llamase a la azafata en vano. Sintió que temblaba, alarmado. ¿Cómo podía demostrar a los demás la existencia del hombre? Miró a su alrededor con desesperación. La muchacha del otro lado del pasillo. Si le hablaba suavemente y la despertaba, ella podría...
No, el hombre se alejaría de un salto antes de que pudiera verle. Probablemente a lo alto del fuselaje, donde nadie podría verle, ni siquiera los pilotos desde su carlinga (asientos). Wilson sintió un repentino estallido de autorreproche por no haber comprado aquella cámara que Walter había pedido. Santo Cielo, pensó, si pudiera sacar una foto de aquel hombre.
Se inclinó hacia la ventanilla. ¿Qué estaba haciendo?
Bruscamente; la oscuridad pareció apartarse de un salto. El relámpago pintó de blanco el ala y lo vio. Como un niño curioso, el hombre estaba agachado sobre el borde oscilante del ala, estirando su mano derecha hacia una de las turbinas giratorias. Mientras lo observaba, fascinadamente horrorizado, la mano del hombre se acercó cada vez más a la turbina borrosa hasta que, de pronto, se apartó de golpe y los labios del hombre se fruncieron en un grito sin sonido. ¡Había perdido un dedo!, pensó Wilson, asqueado. Pero, de inmediato, el hombre volvió a estirar la mano, su nudoso dedo extendido, la imagen de un niño monstruoso intentando detener el giro de la paleta de un ventilador.
Si no hubiera estado tan admirablemente fuera de lugar, habría sido divertido, pues, visto de forma objetiva, el hombre, en aquel momento, era una imagen cómica: un duende de cuento de hadas que había cobrado vida, con el viento azotándole la cabeza y el cuerpo, toda su atención concentrada en el giro de la hélice.
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¿Cómo podía inventarse aquella locura?, pensó repentinamente Wilson. ¿Qué podía revelarle sobre sí mismo aquel pequeño horror burlesco?
Una y otra vez, el hombre estiró la mano. Una y otra vez retiro los dedos, a veces incluso metiéndoselos en la boca como para enfriarlas. Y siempre echaba un vistazo por encima del hombro y miraba a Wilson según parecía para cerciorarse de que seguía allí. Lo sabe, pensó. Sabe que esto es un juego entre los dos. Si consigo que alguien le vea, pierde. Si yo soy el único testigo, gana. La leve sensación de diversión desapareció. Wilson apretó los dientes. ¿Por qué demonios no te veían los pilotos?
El hombre, ya sin interés por la turbina, se estaba sentando sobre la cubierta del motor como si hiera a horcajadas de un caballo. Wilson se quedó mirándole. Bruscamente, un escalofrío se deslizó por su espalda. El hombrecillo estaba tirando de las planchas que envolvían el motor, intentando meter las uñas debajo de ellas.
Impulsivarnente, Wilson estíró la mano y apretó el botón que llamaba a la azafata. La oyó venir desde el fondo de la cabina y, durante segundo, pensó que había engañado al hombre, que parecía absorto en sus esfuerzos. En el último momento, sin embargo, justo antes de que llegara la azafata, el hombre lanzó una mirada a Wilson. Entonces, como una marioneta a la que retiraran del escenario tirando de sus cables, volvió a salir volando por los aires.
— ¿Sí?—le miró temerosamente.
— ¿Podría... hacerme el favor de sentarse? —preguntó él.
Ella vaciló.
—Bueno, yo...
—Por favor.
Se sentó cautelosamente en el asiento de al lado.
— ¿Qué le ocurre, señor Wilson? —preguntó.
Él reunió valor.
—El hombre sigue fuera —dijo. La azafata le miró.
—La razón por la que le cuento esto —siguió apresuradamente Wilson— es que ha empezado a manipular uno de los motores. Ella volvió los ojos instintivamente hacia la ventanilla.
—No, no, no mire —le dijo—. Ahora no está —se aclaró la garganta viscosamente—. Se... aleja cada vez que viene usted.
Una náusea repentina se apoderó de él al comprender lo que ella debía de estar pensando. Al comprender lo que el mismo estaría pensando si alguien le contara una historia semejante, una oleada de aturdimiento pareció recorrerle y pensó: ¡Me estoy volviendo loco!
—La cuestión es —dijo, resistiéndose al pensamiento—, que si no me lo estoy imaginando, la nave está en peligro.
—Sí —dijo ella.
—Lo sé —dijo él—, Cree que he perdido la cabeza.
—Por supuesto que no —dijo.
—Lo único que pido es lo siguiente —dijo, luchando contra la marea de la ira—. Dígales a los pilotos lo que le he dicho. Pídales que echen un vistazo a las alas. Si no ven nada... muy bien. Pero silo ven...
La azafata se quedó sentada en silencio, mirándole. Las manos de Wilson se cerraron en puños que temblaban en su regazo.
— ¿Y bien? —preguntó.
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Ella se puso en pie.
—Se lo diré —dijo.
Se dio la vuelta y continuó por el pasillo con un movimiento que a Wilson le pareció poco natural, demasiado rápido para ser normal, pero claramente reprimido, como si quisiera asegurarle que no estaba huyendo. Sintió que su estómago se retorcía al volver a mirar por el ala. Bruscamente, el hombre volvió a aparecer, aterrizando en el ala como un grotesco bailarín de ballet. Observó cómo reanudaba su trabajo, montándose sobre el motor con sus piernas gruesas y desnudas y tirando de las planchas.
Bueno, ¿por qué se preocupaba tanto?, pensó Wilson. Aquella miserable criatura no podría arrancar los clavos con las uñas. En realidad, no importaba que los pilotos le vieran o no, al menos en lo referente a la seguridad del avión. En cuanto a sus propias razones personales...
Justo en ese momento el hombre levantó el borde de una plancha del ala, tragó saliva.
— ¡Aquí rápido! —gritó, observando que la azafata y el piloto salían por la puerta de la carlinga.
Los ojos del piloto se movieron hacia Wilson, y de pronto, bruscamente, empujó a la azafata y avanzó dando tumbos por el pasillo.
— ¡Aprisa!—gritó Wilson. Miró por la ventana a tiempo de ver cómo el hombre saltaba hacia arriba. Ya no importaba. Había pruebas.
— ¿Qué está pasando? —preguntó el piloto, deteniéndose sin aliento a su lado.
— ¡Han arrancado una de las planchas de los motores! —dijo Wilson con voz temblorosa.
— ¿Qué ha hecho qué?
— ¡El hombre de fuera! —Dijo Wilson—. — ¡Le digo que ha...!
— ¡Señor Wilson, baje la voz! —ordenó el piloto Wilson dejó caer la mandíbula.
—No sé qué está pasando aquí —dijo el piloto—, pero..
— ¡¿Quiera hacer el favor de mirar?! —gritó Wilson.
—Señor Wilson, se lo advierto.
— ¡Por el amor de Dios! —Wilson tragó saliva rápidamente, intentando reprimir la rabia cegadora que sentía. Bruscamente, se recostó sobre el asiento y señaló la ventana con la mano paralizada—. ¿Quiere hacer el favor de mirar, por el amor de Dios?
Tomando aliento nerviosamente, el piloto se inclinó. Al momento, su mirada volvió con frialdad a la de Wilson.
— ¿Y bien? — preguntó.
Wilson volvió la cabeza. Las planchas estaban en su posición normal.
— Oh, no, espere —dijo antes de que llegara el pavor—. Le vi levantar esa plancha.
—Señor Wilson, si no...
—Le digo que le he visto levantarla —dijo Wilson.
El piloto se quedó mirándole con la misma expresión horrorizada que había mostrado, la azafata. Wilson se estremeció violentamente.
— ¡Oiga le he visto! —gritó. El chasquido repentino de su voz le espantó.
Al momento, el piloto estuvo sentado a su lado.
—Señor Wilson, por favor —dijo—. Vale, le ha visto. Pero recuerde que hay más personas a bordo. No debe alarmarlas. Al principio, Wilson estaba demasiado perturbado para entenderlo.
9
— ¿Qué quiere decir… quiere decir que usted lo ha visto? —preguntó.
—Por supuesto —dijo el piloto—, pero no queremos asustar a los pasajeros. Compréndalo.
—Por supuesto, por supuesto, yo no quiero...
Wilson sintió un espasmo enroscándosele en la ingle y el bajo vientre. De pronto, apretó los labios y miró al piloto con ojos malévolos.
—Lo comprendo —dijo.
—Lo que tenemos que recordar... —empezó el piloto.
—Es suficiente —dijo Wilson.
— ¿Señor?
Wilson se estremeció.
—Váyase de aquí —dijo.
—Señor Wilson, ¿qué...?
— ¿Quiere hacer el favor de dejarlo ya?
Con la cara pálida, Wilson se apartó del piloto y miró el ala, con los ojos como piedras. De pronto, volvió a mirarle.
— ¡Este tranquilo, no volveré a decir otra palabra! —exclamó.
—Señor Wilson, intente comprender nuestra...
Wilson se giró y miró enfurecido el motor. Por el rabillo del ojo, vio a dos pasajeros de pie en el pasillo mirándole. ¡Idiotas!, estalló su cerebro. Sintió que sus manos empezaban a temblar y, durante unos segundos, tuvo miedo de vomitar. Es el movimiento, se repitió. El avión saltaba en el aire como una barca maltratada por un vendaval.
Se dio cuenta de que el piloto seguía hablándole y, estrechando los ojos, miró el reflejo del hombre en la ventanilla. A su lado, sombríamente muda, la azafata permanecía en pie. Wilson pensó que los dos eran unos idiotas ciegos. No dio muestras de haber notado su partida. Reflejados en la ventanilla, vio que se dirigían hacia la parte trasera de la cabina. Ahora estarán hablando de mí, pensó. Haciendo planes por si me pongo violento.
Deseó que el hombre reapareciese, que arrancase la plancha de la cubierta y que estropease el motor. Le producía un placer rencoroso saber que sólo él se interponía entre la catástrofe y las más de treinta personas que iban a bordo. Si lo deseaba, podía permitir que se produjera una catástrofe. Wilson sonrió sin humor. Menudo suicidio sería ése, pensó.
El hombrecillo volvió a dejarse caer y Wilson vio que lo que había pensado era correcto: el hombre había vuelto a colocar la plancha en su sitio antes de alejarse de un salto. Pues ahora volvía a tirar de ella y la levantaba con facilidad, pelándola como si fuera una piel extirpada por un cirujano grotesco. El movimiento del ala era muy irregular, pero el hombre parecía no tener ninguna dificultad en permanecer equilibrado.
Wilson volvió a sentir el pánico. ¿Qué podía hacer? Nadie le creía. Si seguía intentando convencerlos, probablemente le reducirían por la fuerza. Si pedía a la azafata que se sentara a su lado, obtendría, en el mejor de los casos, un respiro momentáneo. En el momento en que se fuera o, si no lo hacía, en el momento en que se quedara dormida, el hombre regresaría. Aunque permaneciera despierta a su lado, ¿qué impediría que el hombre manipulase los motores de la otra ala? Wilson se estremeció, con la frialdad del pánico enroscándosele en los huesos.
Santo Cielo, no podía hacer nada.
10
Dio una sacudida cuando, al otro lado de la ventanilla por la cual observaba al hombrecillo, pasó el reflejo del piloto. La locura de aquel momento casi le hizo desmoronarse; el hombre y el piloto a un palmo el uno del otro, ambos vistos por él pero sin ser conscientes de su mutua presencia. No, no era cierto. El hombrecillo había echado un vistazo sobre su hombro cuando pasó el piloto. Como si supiera que ya no había necesidad de seguir saltando, que la capacidad de Wilson para interferir había llegado a su fin. De pronto, Wilson tembló con una furia cegadora. ¡Te mataré!, pensó, ¡te mataré, sucio animal!
Fuera, el motor vaciló.
Duró sólo un segundo, pero, en ese segundo, a Wilson le pareció que su corazón también se había detenido. Se apoyó contra la ventanilla, mirando. El hombre había doblado la plancha de la cubierta y ahora estaba arrodillado, metiendo una mano curiosa dentro del motor.
—No —Wilson oyó el sollozo de su propia voz suplicante—. No...
Una vez más, el motor falló. Wilson miró alrededor, horrorizado. ¿Es que estaban todos sordos? Levantó la mano para apretar el botón de la azafata, y al momento la retiró. No, le encerrarían, le contendrían de alguna forma. Y é1 era el único que sabía lo que estaba ocurriendo, el único que podía ayudar.
—Dios... —Wilson se mordió el labio inferior hasta que el dolor le hizo lanzar un gemido. Volvió a darse la vuelta y se sacudió. La azafata corría por el pasillo oscilante. ¡Lo había oído! La observó fijamente y vio que le miraba al pasar junto a su asiento.
Se detuvo tres asientos más allá. ¡Alguien más lo había oído! Wilson observó cómo la azafata se inclinaba, hablando con el pasajero invisible. Fuera, el motor volvió a toser. Wilson giró la cabeza y miró afuera con los ojos inyectados de horror.
— ¡Maldito seas! —gimió.
Se volvió de nuevo y vio a la azafata acercarse por el pasillo. No parecía alarmada. Wilson la miró con ojos incrédulos. No era posible. Se dio la vuelta para seguir su movimiento oscilante y la vio entrar en la cocina.
—No —Wilson ya se agitaba tanto que no podía dominarse. Nadie lo había oído.
Nadie lo sabía.
De pronto, Wilson se inclinó y sacó la bolsa de viaje de debajo del asiento. La desabrochó, sacó su maletín y lo arrojó sobre la moqueta. Luego, volviendo a meter la mano, agarró el paquete de hule y lo estiró.
Por el rabillo del ojo, vio volver a la azafata y empujó la bolsa debajo del asiento con los zapatos, colocando el paquete de hule a su lado. Se quedó sentado rígidamente, jadeante, mientras ella pasaba.
Luego se puso el paquete sobre el regazo y lo desenvolvió. Sus movimientos eran tan febriles que la pistola casi se le cayó. La cogió por el cañón luego apretó la culata con dedos de nudillos blancos y quitó el seguro. Echó un vistazo al exterior y notó que le invadía el frío.
El hombre le estaba mirando.
Wilson apretó sus temblorosos labios. Era imposible que el hombre supiera lo que pretendía hacer. Tragó saliva e intentó recuperar el aliento. Deslizó la mirada hacia donde la azafata estaba ofreciendo unas pastillas al pasajero de más adelante, y luego volvió a mirar el ala. El hombre volvía a dedicarse al motor, metiendo la mano.
11
Wilson apretó la pistola con más fuerza, empezó a levantarla; de pronto, la bajó. La ventana era demasiado gruesa. La bala podría rebotar y matar a uno de los pasajeros. Se estremeció y miró al hombrecillo. El motor volvió a fallar y Wilson vio cómo una erupción de chispas proyectaba su luz sobre los rasgos bestiales del hombre. Reunió valor. Sólo había una respuesta.
Bajó la mirada hacia la manecilla de la puerta de emergencia. Tenía una tapa transparente. Wilson la soltó y la dejó caer. Miró al exterior. El hombre seguía allí, agazapado y toqueteando el motor con la mano. Wilson tomó aliento, tembloroso. Apoyó el pie izquierdo sobre la manecilla de la puerta y la probó. Hacia abajo no se movía. Hacia arriba sí daba juego.
Bruscamente, Wilson dejó la pistola sobre su regazo. No había tiempo para discusiones, se dijo así mismo. Con manos temblorosas, se abrochó el cinturón sobre los muslos. Cuando se abriera la puerta, se produciría una corriente de aire irresistible. Por la seguridad de la nave, no debía dejarse arrastrar con ella.
Ahora. Wilson volvió a coger la pistola, con el corazón dándole saltos. Tendría que atacar por sorpresa y con mucha precisión. Sí fallaba, el hombre podría saltar a la otra ala, o aún peor, al fuselaje de la cola, donde podría cortar cables, deformar alerones y alterar el equilibrio de la nave sin que nadie le perturbara, esta era la única manera. Dispararía bajo e intentaría alcanzar al hombre en el, pecho o el estómago. Wilson se llenó los pulmones de aire. Ahora, pensó. Ahora.
La azafata se acercó por el pasillo mientras Wilson empezaba a tirar de la manecilla. Durante un momento, paralizada, no pudo hablar. Una mirada de horror estupefacto deformo sus rasgos mientras levantaba una mano como si le estuviese implorando. Entonces, repentinamente, su voz chilló por encima del ruido de los motores.
— ¡Señor Wilson, no!
— ¡Atrás! —gritó Wilson, y levantó la manecilla.
Fue como si la puerta desapareciera. Primero la tenía al lado, entre las manos.. Al momento siguiente, con un rugido siseante, había desaparecido.
En el mismo instante, Wilson se sintió envuelto por una succión monstruosa que intentó arrancarle de su asiento. La cabeza y los hombros salieron de la cabina y, de pronto, se encontró respirando un aire tenue y gélido. Durante un instante, los tímpanos casi estallando por el estruendo de los motores, los ojos cegados por los vientos árticos, se olvidó del hombre. Le pareció oír un leve chillido en el torbellino que le rodeaba, un grito lejano.
Entonces vio al hombre.
Estaba caminando por el ala, una figura retorcida que se inclinaba hacia delante, con manos en forma de garras que se estiraban impacientes. Wilson levantó el brazo y disparó. La explosión fue como el descorchar de una botella en medio del violento rugido del aire. El hombre se tambaleó, dio unos manotazos y Wilson sintió un rayo de dolor atravesándole la cabeza. Volvió a disparar a bocajarro y vio que el hombre se tambaleaba hacia atrás. Luego, repentinamente, desapareció como si no fuera más sólido que un muñeco de papel arrastrado por un vendaval. Wilson sintió un entumecimiento creciente en el cerebro. Sintió que la pistola caía de sus dedos débiles.
Luego se perdió en la oscuridad invernal.
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Se agitó y murmuró algo. Cierta calidez gorgoteaba en sus venas, sus miembros parecían de madera. En la oscuridad, oyó un sonido pies arrastrándose, un delicado remolino de voces. Estaba tumbado, boca arriba, encima de algo que se movía, que se sacudía. Un frío le rociaba la cara y sentía la superficie inclinarse debajo de él.
Suspiró. El avión había aterrizado y le estaban transportando en camilla. Probablemente tenía una herida en la cabeza, además de que le habían dado una inyección para calmarle.
—La forma más extraña de cometer suicidio de la que haya oído hablar jamás —dijo una voz en algún sitio.
Wilson sintió el placer de la diversión. Quien quiera que hubiera hablado se equivocaba, por supuesto. Como pronto quedaría demostrado, cuando revisaran el motor y examinaran su herida más atenta mente. Entonces comprenderían que les había salvado a todos.
Wilson durmió sin sueños.
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Samantha Corona: Es muy interesante ya que dentro del horror y suspenso encontramos las características de las personas que sufren el miedo de volar en avión como son:
ResponderEliminar1.- Tener nerviosismo y aceleración
2.- Imaginar cosas fuera de lo normal
3.- Que las personas no te crean o vean lo que les dices
me parecio un cuento muy interesante y bueno,muy realista con mucho suspenso
ResponderEliminaral final wilson sufre de transtornos mentales aparte de su miedo alas altura,termina matando ala persona que el veia en el ala del avion y lo determinan loco por dispararle a alguien que no existio
3°c karla
Karen Miranda: la historia me pareció interesante ya que nos narra perfectamente como las personas llegan a presentar pánico al subir a una avión y llegan a presentar alucinaciones tal es el caso de Wilson que creía ver a una persona en el ala de una avión y después creyó matarla es un ejemplo claro de que ese pánico nos lleva a realizar acciones inesperadas.
ResponderEliminarFabian Gonzalez Ocampo: Me gusto por la dinámica del terror y el suspenso y de tenerle miedo a algo y alucinar algo
ResponderEliminarTambién por el desarrollo y el final del cuento de pasar a imaginar algo a un hecho real y que la gente te aga pasar por loco.Como en el caso de Wilson al matar al duende.
3° "C"
3.C
ResponderEliminar1.- me gusta por el ser ficticio un duende que estaba volviendo loco a Eilson de como se le eescapaba cada ves que tenia la oportunidad de atraparlo como le dispara y la forma q uso para matarlo
2.-ami me gusto por el personoje del duende porque tiene que ver con seres satanicos
3.-yo lo recomendaria ala gente que le gusta el misterio porque te deja con un misterio de que es loque hara Wilson cuando nadie le creia
brandon ocaranza ronquillo
ResponderEliminar3:c
el cuento me paresi muy bueno
a mi me gusto el personaje principal
se las recomiendo a todos por que el misterio en el que te deja
wilson no cresia
Me gusto por que?
ResponderEliminarPor que te llena de tension, dramatismo, suspenso, el querer saber mas sobre este historia
tras cada Lee ida y Lee ida
Te deja un buen sabor de boca el que podemos leer estas buenas historias
yo La recomiendo a todos es muy buena
es el misterio lo que le da el toque
Enserio Muy Buena!
Ese personaje principal el que nadie le creía
y el trataba de atraparlo y la forma que usa para matarlo enserio
es muy buena esta historia
Si La recomiendo
Javier Basave(:
3 c
Gilberto Aranda colin. 3c Me gusto mucho muy dramatico. me gusto por que no habia leido un libro de terror tan dramatico
ResponderEliminarJennifer Hialgo Arreola 3 c
ResponderEliminarMe gusto esta historia ya que es muy facil de entenderle,
Ya que en esta se llevo a acabo dama y suspenso , creo que yo se lo recomendaria a todos porque esta muy padreEn resumen la historia trata de que ocurre un accidente en el cual un hombre
ve a un duende que siempre sale del avion
y empieza a avisar a la policia pero no le cren y el deside destruirlo por su cuenta pro no puede
Aranzha Priscila Salgado Ronquillo 3°C
ResponderEliminarAl pincipio no le entendi ala Lectura.
Pero es muy suspensiva y u poco de terror.
También como las personas le temen alas alturas en el caso de Wilson o subirse al un avión.-
Me agrado Mucho esta muy Buena ¡LA RECOMIENDO!
MAESTRO; Saul Lucio Roman
MI COMPAÑERA O PUEDO ENVIARLA A TIEMPO POR QUE NO PODIA!
SE LA ENVIÉ YO DE FAVOR!