Lee con detenimiento la siguiente lectura y comenta en base de lo que entendiste de la misma y el contexto histórico de la misma, que la disfrutes.
LA FIESTA DE LAS BALAS
de
MARTÍN LUIS GUZMÁN
Del libro “El Águila y la Serpiente”
Atento a cuanto se decía de Villa y el villismo, y a cuanto veía a mi alrededor, a menudo me preguntaba en Ciudad Juárez qué hazañas serían las que pintaban más a fondo a la División del Norte: si las que se suponían estrictamente históricas, o las que se calificaban de legendarias; si las que se contaban como algo visto dentro de la más escueta exactitud, o las que traían ya, con el toque de la exaltación poética, la revelación tangible de las esencias. Y siempre eran las proezas de este segundo orden las que se me antojaban más verídicas, las que, a mis ojos, eran más dignas de hacer Historia. Porque ¿dónde hallar, pongo por caso, mejor pintura de Rodolfo Fierro —y Fierro y el villismo eran espejos contrapuestos, modos de ser que se reflejaban infinitamente uno en otro— que en el relato que ponía a aquél ante mis ojos, después de una de las últimas batallas, entregado a consumar, con fantasía tan cruel como creadora de escenas de muerte, las terribles órdenes de su jefe? Verlo así era como sentir en el alma el roce de una tremenda realidad y conservar después la huella de eso para siempre.
Aquella batalla, fecunda en todo, había terminado dejando en manos de Villa no menos de quinientos prisioneros. Villa mandó separarlos en dos grupos: de una parte, los voluntarios orozquistas a quienes llamaban “colorados”; de la otra, los federales. Y como se sentía ya bastante fuerte para actos de grandeza, resolvió hacer un escarmiento con los prisioneros del primer grupo, mientras se mostraba generoso con los del segundo. A los “colorados” se les pasaría por las armas antes de que oscureciera; a los federales se les daría a elegir entre unirse a las tropas revolucionarias o bien irse a su casa mediante la promesa de no volver a hacer armas contra la causa constitucionalista.
Fierro, como era de esperar, fue el encargado de la ejecución, a la cual dedicó, desde luego, la eficaz diligencia que tan buen camino le auguraba ya en el ánimo de Villa, o de su “jefe”, según él decía.
Declinaba la tarde. La gente revolucionaria, tras de levantar el campo, iba reconcentrándose lentamente en torno del humilde pueblecito que había sido objeto de la acción. Frío y tenaz, el viento de la llanura chihuahuense empezaba a despegar del suelo y apretaba los grupos de jinetes y de infantes: unos y otros se acogían al socaire de las casas. Pero Fierro —a quien nunca detuvo nada ni nadie— no iba a rehuir un airecillo fresco que a lo sumo barruntaba la helada de la noche. Cabalgó en su caballo de anca corta, contra cuyo pelo oscuro, sucio por el polvo de la batalla, rozaba el borde del sarape gris. Iba al paso. El viento le daba de lleno en la cara, mas él no trataba de evitarlo clavando la barbilla en el pecho ni levantando los pliegues del embozo.
1
Llevaba enhiesta la cabeza, arrogante el busto, bien puestos los pies en los estribos y elegantemente dobladas las piernas entre los arreos de campaña sujetos a los tientos de la montura. Nadie lo veía, salvo la desolación del llano y uno que otro soldado que pasaba a distancia. Pero él, acaso inconscientemente, arrendaba de modo que el animal hiciera piernas como para lucirse en un paseo. Fierro estaba contento: lo embargaba el placer de la victoria —de la victoria, en que nunca creía hasta no consumarse la derrota completa del enemigo—, y su alegría interior le afloraba en sensaciones físicas que tornaban grato el hostigo del viento y el andar del caballo después de quince horas de no apearse. Sentía como caricia la luz del sol —sol un tanto desvaído, sol prematuramente envuelto en fulgores de incendio.
Llegó al corral donde tenía encerrados, como rebaño de reses, a los trescientos prisioneros “colorados” condenados a morir, y se detuvo un instante a mirar por sobre las tablas de la cerca. Por su aspecto, aquellos trescientos huertistas hubieran podido pasar por otros tantos revolucionarios. Eran de la fina raza de Chihuahua: altos los cuerpos, sobrias las carnes, robustos los cuellos, bien conformados los hombros sobre espaldas vigorosas y flexibles. Fierro consideró de una ojeada el pequeño ejército preso, lo apreció en su valor guerrero —y en su valor— y sintió una rara pulsación, un estremecimiento que le bajaba desde el corazón, o desde la frente, hasta el índice de la mano derecha. Sin quererlo, la palma de esa mano fue a posarse en las cachas de la pistola. “Batalla, ésta”, pensó.
Indiferentes a todo, los soldados de caballería que vigilaban a los prisioneros no se fijaban en él. A ellos no les preocupaba más que la molestia de estar montando una guardia fatigosa —guardia incomprensible después de la excitación del combate—, y que les exigía tener lista la carabina, cuya culata apoyaban en el muslo. De cuando en cuando, si algún prisionero se apartaba del grupo, los soldados apuntaban con aire resuelto y, de ser preciso, hacían fuego. Una onda rizaba entonces el perímetro informe de la masa de los prisioneros, los cuales se replegaban para evitar el tiro. La bala pasaba de largo o derribaba a alguno de ellos. Fierro avanzó hasta la puerta del corral; gritó a un soldado, que vino a descorrer las trancas, y entró. Sin quitarse el sarape de sobre los hombros echó pie a tierra. El salto le deshizo el embozo. Tenía las piernas entumecidas de cansancio y de frío: las estiró. Se acomodó las dos pistolas. Se puso luego a observar despacio la disposición de los corrales y sus diversas divisiones. Dio varios pasos, sin soltar la rienda, hasta una de las cercas. Pasó la rienda, para dejar sujeto el caballo, por entre la juntura de dos tablas. Sacó de las cantinas de la silla algo que se metió en los bolsillos de la chaqueta, y atravesó el corral a poca distancia de los prisioneros.
Los corrales eran tres, comunicados entre sí por puertas interiores y callejones estrechos. Del ocupado por los prisioneros, Fierro pasó, deslizando el cuerpo entre las trancas de la puerta, al de en medio. En seguida, al otro. Allí se detuvo. Su figura, grande y hermosa, irradiaba un aura extraña, algo superior, prestigioso, y a la vez adecuado al triste abandono del corral. El sarape había venido resbalándose por el cuerpo hasta quedar pendiente apenas de los hombros: los cordoncillos de las puntas arrastraban por el suelo. Su sombrero, gris y ancho de ala, se teñía de rosa al recibir de soslayo la luz poniente del sol. A través de las cercas, los prisioneros lo veían desde lejos, vuelto de espaldas hacia ellos. Sus piernas formaban compás hercúleo y destellaban: el cuero de las mitasas brillaba en la luz de la tarde.
A unos cien metros, por la parte de fuera de los corrales, estaba el jefe de la tropa encargada de los prisioneros. Fierro lo vio y le indicó a señas que se acercara. El oficial cabalgó hasta el punto de la cerca más próxima a Fierro. Éste caminó hacia él. Hablaron. Por momentos, conforme hablaban, Fierro fue señalando diversos puntos del corral donde se encontraba y del corral contiguo. Después describió, moviendo la mano, una serie de evoluciones que repitió el oficial como con ánimo de entenderlo mejor. Fierro insistió dos o tres veces en una maniobra al parecer muy importante, y el oficial, seguro de las órdenes, partió al galope hacia el corral de los prisioneros.
2
Entonces tornó Fierro al centro del corral, atento otra vez al estudio de la disposición de las cercas y demás detalles. Aquel corral era el más amplio de los tres, y, según parecía, el primero en orden —el primero con relación al pueblo. Tenía, en dos de sus lados, sendas puertas hacia el campo: puertas de trancas más estropeadas —por mayor uso— que las de los corrales posteriores, pero de maderos más fuertes. En otro lado se abría la puerta que daba al corral inmediato. Y el lado último, en fin, no era una simple cerca de tablas, sino tapia de adobes, de no menos de tres metros de altura. La tapia mediría como sesenta metros de largo, de los cuales veinte servían de fondo a un cobertizo o pesebre, cuyo tejado bajaba de la barda y se asentaba, de una parte, en los postes, prolongados, del extremo de una de las cercas que lindaban con el campo, y de la otra, en una pared, también de adobe, que salía perpendicularmente de la tapia y avanzaba cosa de quince metros hacia los medios del corral. De esta suerte, entre el cobertizo y la cerca del corral inmediato venía a quedar un espacio cerrado en dos de sus lados por paredes macizas.
En aquel rincón el viento de la tarde amontonaba la basura y hacía sonar con ritmo anárquico, golpeándolo contra el brocal de un pozo, un cubo de hierro. Del brocal del pozo se elevaban dos palos toscos, terminados en horqueta, sobre los cuales se atravesaba un tercero, del que pendía una garrucha con cadena, que sonaba también movida por el viento. En lo más alto de una de las horquetas un pájaro, grande, inmóvil, blanquecino, se confundía con las puntas torcidas del palo seco. Fierro se hallaba a cincuenta pasos del pozo. Detuvo un segundo la vista sobre la figura quieta del pájaro, y como si la presencia de éste encajara a pelo en sus reflexiones, sin cambiar de expresión, ni de postura, ni de gesto, sacó la pistola lentamente.
El cañón del arma, largo y pulido, se transformó en dedo de rosa a la luz poniente del sol. Poco a poco, el gran dedo fue enderezándose hasta señalar en dirección del pájaro. Sonó el disparo —seco y diminuto en la inmensidad de la tarde— y cayó el pájaro al suelo. Fierro volvió la pistola a la funda.
En aquel momento un soldado saltó, escalando la cerca, dentro del corral. Era el asistente de Fierro. Había dado el brinco desde tan alto que necesitó varios segundos para erguirse de nuevo. Al fin lo hizo y caminó hacia donde su amo estaba. Fierro le preguntó sin volver la cara:
—¿Qué hubo con ésos? Si no vienen luego va a faltar tiempo.
—Parece que ya vienen ay —contestó el asistente.
—Entonces, tú ponte ahí de una vez. A ver, ¿qué pistola traes?
—La que usted me dio, mi jefe. La “mitigüeson”.
—Dácala, pues, y toma estas cajas de parque. ¿Cuántos tiros tienes?
—Unas quince docenas con los que he arrejuntado hoy, mi jefe. Otros hallaron hartos, yo no.
—¿Quince docenas?... Te dije el otro día que si seguías vendiendo el parque para emborracharte iba a meterte una bala en la barriga...
—No, mi jefe.
—No mi jefe ¿qué?
—Que me embriago, mi jefe, pero no vendo el parque.
—Pues cuidadito, porque me conoces. Y ahora ponte vivo para que me salga bien esta ancheta. Yo disparo y tú cargas las pistolas. Y oye bien esto que voy a decirte: si por tu culpa se me escapa uno siquiera de los “colorados”, te acuesto con ellos.
—¡Ah, qué mi jefe!
—Como lo oyes.
3
El asistente extendió su frazada sobre la tierra y vació allí las cajas de cartuchos que Fierro acababa de darle. Luego se puso a extraer, uno a uno, los tiros que traía en las cananas de la cintura. Tan de prisa quería hacerlo que se tardaba más de la cuenta. Estaba nervioso; los dedos se le embrollaban.
—¡Ah, qué mi jefe! —seguía pensando para sí.
Mientras tanto, tras de la cerca que daba al corral inmediato fueron apareciendo soldados de los de la escolta. Montados a caballo, medio busto les sobresalía del borde de las tablas. Muchos otros se distribuyeron a lo largo de las dos cercas restantes. Fierro y su asistente eran los únicos que estaban dentro del corral: Fierro, con una pistola en la mano y el sarape caído a los pies; el asistente, en cuclillas, ordenando sobre su frazada las filas de cartuchos.
El jefe de la escolta entró a caballo por la puerta que comunicaba con el corral contiguo, y dijo:
—Ya tengo listos los diez primeros. ¿Te los suelto? Respondió Fierro:
—Sí; pero antes avísales de lo que se trata; en cuanto asomen por la puerta, yo empezaré a dispararles; los que lleguen a la barda y la salten quedan libres. Si alguno no quiere entrar, tú métele bala.
Volvióse el oficial por donde había venido, y Fierro, pistola en mano, se mantuvo atento, fijos los ojos en el espacio estrecho por donde los prisioneros iban a irrumpir. Se había situado bastante próximo a la cerca divisoria para que, al hacer fuego, las balas no alcanzaran a los “colorados” que todavía estuviesen del lado de allá: quería cumplir lealmente lo prometido. Pero su proximidad a las tablas no era tanta que los prisioneros, así que empezase la ejecución, no descubriesen, en el acto mismo de trasponer la puerta, la pistola que les apuntaría a veinte pasos. A espaldas de Fierro, el sol poniente convertía el cielo en luminaria roja. El viento seguía soplando.
En el corral donde estaban los prisioneros creció el rumor de voces —voces que los silbos del viento destrozaban, voces como de vaqueros que arrearan ganado. Era difícil la maniobra de hacer pasar del corral último al corral de en medio, a los trescientos hombres condenados a morir en masa; el suplicio que los amenazaba hacía encresparse su muchedumbre con sacudidas de organismo histérico. Gritaban los soldados de la escolta, y, de minuto en minuto, los disparos de carabina recogían los gritos en la punta de un latigazo.
De los primeros prisioneros que llegaron al corral intermedio, un grupo de soldados segregó diez. Los soldados no bajaban de veinticinco. Echaban los caballos sobre los presos para obligarlos a andar; les apoyaban contra la carne las bocas de las carabinas.
—¡Traidores! ¡Jijos de la rejija! ¡Ora vamos a ver qué tal corren y brincan! ¡Eche usted p’allá, traidor!
Y así los hicieron avanzar hasta la puerta de cuyo otro lado estaban Fierro y su asistente. Allí la resistencia de los “colorados” se acentuó; pero el golpe de los caballos y el cañón de las carabinas los persuadieron a optar por el otro peligro, por el peligro de Fierro, que no estaba a un dedo de distancia, sino a veinte pasos.
Tan pronto como aparecieron dentro de su visual, Fierro los saludó con extraña frase —frase a un tiempo cariñosa y cruel, de ironía y de esperanza:
—¡Ándeles, hijos: que nomás yo tiro y soy mal tirador!
Ellos brincaban como cabras.
4
El primero intentó abalanzarse sobre Fierro, pero no había dado tres saltos cuando cayó acribillado a tiros por los soldados dispuestos a lo largo de la cerca. Los otros corrieron a escape hacia la tapia —loca carrera que a ellos les parecía como de sueño. Al ver el brocal del pozo, uno quiso refugiarse allí: la bala de Fierro lo alcanzó el primero. Los demás siguieron alejándose; pero uno a uno fueron cayendo —en menos de diez segundos Fierro disparó ocho veces—, y el último cayó al tocar con los dedos los adobes que por un extraño capricho separaban en ese momento la región de la vida de la región de la muerte. Algunos cuerpos dieron aún señales de vida; los soldados, desde su sitio, tiraron sobre ellos para rematarlos.
Y vino otro grupo de diez, y luego otro, y otro, y otro. Las tres pistolas de Fierro —dos suyas, la otra de su asistente— se turnaban en la mano homicida con ritmo perfecto. Cada una disparaba seis veces —seis veces sin apuntar, seis veces al descubrir— y caía después en la frazada del asistente. Este hacía saltar los casquillos quemados y ponía otros nuevos. Luego, sin cambiar de postura, tendía hacia Fierro la pistola, el cual la tomaba al dejar caer otra.
Los dedos del asistente tocaban las balas que segundos después tenderían sin vida a los prisioneros; pero él no levantaba los ojos para ver a los que caían. Toda su conciencia parecía concentrarse en la pistola que tenía en las manos, y en los tiros, de reflejos de oro y plata, esparcidos en el suelo. Dos sensaciones ocupaban todo lo hondo de su ser: el peso frío de los cartuchos que iba metiendo en los orificios; del cilindro; el contacto de la epidermis lisa y cálida del arma. Arriba, por sobre su cabeza, se sucedían los disparos con que su “jefe” se entregaba al deleite de hacer blanco.
El angustioso huir de los prisioneros en busca de la tapia salvadora —fuga de la muerte en una sinfonía espantosa donde luchaban como temas reales la pasión de matar y el ansia inagotable de vivir— duró cerca de dos horas.
Ni un instante perdió Fierro el pulso o la serenidad. Tiraba sobre blancos movibles y humanos, sobre blancos que daban brincos y traspiés entre charcos de sangre y cadáveres en posturas inverosímiles, pero tiraba sin más emoción que la de errar o acertar. Calculaba hasta la desviación de la trayectoria por efecto del viento, y de un disparo a otro la corregía.
Algunos prisioneros, poseídos de terror, caían de rodillas al trasponer la puerta: la bala los doblaba. Otros bailaban danza grotesca al abrigo del brocal del pozo hasta que la bala los curaba de su frenesí o los hacía caer heridos por la boca del hoyo. Casi todos se precipitaban hacia la pared de adobes y trataban de escalarla trepando por los montones de cuerpos entrelazados, calientes, húmedos, humeantes: la bala los paralizaba también. Algunos lograban clavar las uñas en la barda de tierra; pero sus manos, agitadas por intensa ansiedad de vida, se tornaban de pronto en manos moribundas.
Hubo un momento en que la ejecución en masa se envolvió en un clamor tumultuoso donde descollaban los chasquidos secos de los disparos opacados por la inmensa voz del viento. De un lado de la cerca gritaban los que huían de morir y morían al cabo; de otro, los que se defendían del empuje de los jinetes y hacían por romper el cerco que los estrechaba hasta la puerta terrible. Y al griterío de unos y otros se sumaban las voces de los soldados distribuidos en el contorno de las cercas. Éstos habían ido enardeciéndose con el alboroto de los disparos, con la destreza de Fierro y con los lamentos y el accionar frenético de los que morían. Saludaban con exclamaciones de regocijo la voltereta de los cuerpos al caer; vociferaban, gesticulaban, reían a carcajadas al hacer fuego sobre los montones de carne humana donde advertían el menor indicio de vida.
5
El postrer pelotón de los ajusticiados no fue de diez víctimas, sino de doce. Los doce salieron al corral de la muerte atrepellándose entre sí, procurando cada uno cubrirse con el cuerpo de los demás, a quien trataban de adelantarse en la horrible carrera. Para avanzar hacían corcovas sobre los cadáveres hacinados; pero la bala no erraba por eso: con precisión siniestra, iba tocando uno tras otro y los dejaba a medio camino de la tapia —abiertos brazos y piernas— abrazados al montón de sus hermanos inmóviles. Uno de ellos, sin embargo, el último que quedaba con vida, logró llegar hasta la barda misma y salvarla... El fuego cesó de repente y el tropel de soldados se agolpó en el ángulo del corral inmediato para ver al fugitivo...
Pardeaba la tarde.
La mirada de los soldados tardó en acostumbrarse al parpadeo interferente de las dos luces. De pronto no vieron nada. Luego, allá lejos, en la inmensidad de la llanura medio en sombra, fue cobrando precisión un punto móvil, un cuerpo que corría. Tanto se doblaba el cuerpo al correr que por momentos se le hubiera confundido con algo rastreante a flor de suelo...
Un soldado apuntó:
—Se ve mal... —dijo, y disparó.
La detonación se perdió en el viento del crepúsculo. El punto siguió su carrera...
Fierro no se había movido de su sitio. Rendido el brazo, lo tuvo largo tiempo suelto hacia el suelo. Luego notó que le dolía el índice y levantó la mano hasta los ojos: en la semioscuridad comprobó que el dedo se le había hinchado ligeramente. Lo oprimió con blandura entre los dedos y la palma de la otra mano. Y así estuvo, durante buen espacio de tiempo, entregado todo él a la dulzura de un suave masaje. Por fin se inclinó para recoger del suelo el sarape, del cual se había desembarazado desde los preliminares de la ejecución; se lo echó sobre los hombros, y caminó para acogerse al socaire del pesebre. Sin embargo, a los pocos pasos se detuvo y dijo al asistente:
—Así que acabes, tráete los caballos.
Y siguió andando.
El asistente juntaba los casquillos quemados. En el corral contiguo los soldados de la escolta desmontaban, hablaban, canturreaban. El asistente los escuchaba en silencio y sin levantar la cabeza. Después se irguió con lentitud. Cogió la frazada por las cuatro puntas y se la echó a la espalda: los casquillos vacíos sonaron dentro con sordo cascabeleo.
Había anochecido.
Brillaban algunas estrellas. Brillaban las lucecitas de los cigarros al otro lado de las tablas de la cerca. El asistente rompió a andar con paso tardo, y así fue, medio a tientas, hasta el último de los corrales, y de allá regresó a poco trayendo de la brida los caballos —el de su amo y el suyo—, y, sobre uno de los hombros, la mochila de campaña. Se acercó al pesebre. Sentado sobre una piedra, Fierro fumaba con la oscuridad. En las juntas de las tablas silbaba el viento.
—Desensilla y tiéndeme la cama —ordenó Fierro—; no aguanto el
cansancio.
—¿Aquí en este corral, mi jefe? ¿Aquí...?
—Sí, aquí. ¿Por qué no?
Hizo el asistente como le ordenaban. Desensilló y tendió las mantas sobre la paja, arreglando con el maletín y la montura una especie de almohada. Y minutos después de tenderse Fierro en ellas, Fierro se quedó dormido. 6
El asistente encendió su linterna y dispuso lo necesario para que los caballos pasaran bien la noche. Luego apagó la luz, se envolvió en su frazada y se acostó a los pies de su amo. Pero un momento después se incorporó de nuevo, se hincó de rodillas y se persignó. En seguida volvió a tenderse en la paja...
Pasaron seis, siete horas. Había caído el viento. El silencio de la noche se empapaba en luz de luna. De tarde en tarde sonaba próximo el estornudo de algún caballo. Brillaba el claro lunar en la abollada superficie del cubo del pozo y hacía sombras precisas al tropezar con todos los objetos —con todos, menos con los montones de cadáveres. Éstos se levantaban, enormes en medio de tanta quietud, como cerros fantásticos, cerros de formas confusas, incomprensibles.
El azul plata de la noche se derramaba sobre los cadáveres como la más pura luz. Pero insensiblemente aquella luz de noche fue convirtiéndose en voz, voz también irreal y nocturna. La voz se hizo distinta: era una voz apenas perceptible, apagada, doliente, moribunda, pero clara en su tenue contorno como las sombras que la luna dibujaba sobre las cosas. Desde el fondo de uno de los montones de cadáveres la voz parecía susurrar:
—Ay... Ay...
Luego calló, y el azul de plata de la noche volvió a ser sólo luz. Mas la voz se oyó de nuevo:
—Ay... Ay...
Fríos e inertes desde hacía horas, los cuerpos hacinados en el corral seguían inmóviles. Los rayos lunares se hundían en ellos como en una masa eterna. Pero la voz tornó:
—Ay... Ay... Ay...
Y este último ay llegó hasta el sitio donde el asistente de Fierro dormía e hizo que su conciencia pasara del olvido del sueño a la sensación de oír. El asistente recordó entonces la ejecución de los trescientos prisioneros; y el solo recuerdo lo dejó quieto sobre la paja, entreabiertos los ojos y todo él pendiente del lamento de la voz, pendiente con las potencias íntegras de su alma...
—Ay... Por favor...
Fierro se agitó en su cama...
—Por favor..., agua...
Fierro despertó y prestó oído...
—Por favor..., agua...
Entonces Fierro alargó un pie hasta su asistente.
—¡Eh, tú! ¿No oyes? Uno de los muertos está pidiendo agua.
—¿Mi jefe?
—¡Que te levantes y vayas a darle un tiro a ese jijo de la tiznada que se está quejando! ¡A ver si me deja dormir!
—¿Un tiro a quién, mi jefe?
—A ese que pide agua, ¡imbécil! ¿No entiendes?
—Agua, por favor —repetía la voz.
El asistente tomó la pistola de debajo de la montura, y empuñándola, se levantó y salió del pesebre en busca de los cadáveres. Temblaba de miedo y de frío. Uno como mareo del alma le embargaba.
A la luz de la luna buscó. Cuantos cuerpos tocaba estaban yertos. Se detuvo sin saber qué hacer. Luego disparó sobre el punto de donde parecía venir la voz: la voz se oyó de nuevo. El asistente tornó a disparar: se apagó la voz.
La luna navegaba en el mar sin límites de su luz azul. Bajo el techo del pesebre dormía Fierro
7
esta muy interesante la parte del libro en que dice que fierro se pone a dispararle a los colorados, y que todos por querer salvarse llegaron hasta a subirse a los cuerpos de los muertos para poder saltar la barda pero nunca pudieron, el libro esta demasiado interesante porque habla sobre como se ejecutaban a los enemigos en esos tiempos por el simple hecho de divertirse, es demasiado interesante el hecho de que todo esto se dio en la epoca del villismo.
ResponderEliminarEsta muy interesante la historia, como es que mataron a los "colorados" y a los otros prisioneros no. Es injusto como a la mitad de los prisioneros les dieron la oportunidad de vivir, mientras que a los otros no! Los ejecutaron, no tenía piedad de ellos el señor Fierro, es interesante como en las épocas antiguas decidían la vida o muerte de los prisioneros al azar.
ResponderEliminares muy interesante y curioso estos fragmentos de lectura ya que nos informan como era nuestro país en aquellos tiempos como: la forma de que trataban a los prisionero y de como se les ocurrió la forma de matarlos, de forma sanguinaria, vil, ``cruel`` y muy entretenida para mi.Me encanta este tipo de lectura ya que nos describe muy bien las emociones de los personajes, lo que ocurre alrededor de los personajes y lo que mas me gusta los disparos y la forma como morían los prisioneros.
ResponderEliminarAl perecer esto es algo de la historia de nuestro pais
lamento publicarlo hasta ahorita, se me olvido mi contraseña de gmail y tuve que editarla
Eliminaresta muy interesante la parte que dice que fierro le dispara a los llamados "colorados" la forma en que los matan, como utilizan los cadáveres para poder salvarse, además que dice cosas que en los libros de historia jamás vendría sólo para darnos otra perspectiva de una historia llena de traidores religiosos, es increíble como "caen cabezas" de enemigos sólo por diversión, sabía que pasaron cosas muy fuertes en esa época, pero no de este tipo, muy buena lectura!
ResponderEliminarme gusto y me aburrio un poco por lo explicacion de los colorados pero lo que me gusto fue el personaje de Fierro que en la lecctura segun el es un mal tirador pero resulto haser un exterminio de 300 prisioneros sin fallar ni un solo tiro y era tan bueno que hasta calculaba el movimiento de viento
ResponderEliminarEstuvo interesante en algunas partes porque en otras me aburrió, pero este cuento trata de como te dicen como matan a los que eran soldados y a los que traicionaron a Francisco Villa, es una forma muy cruel de matar a las personas si se pasaron.
ResponderEliminarEsta historia es muy interesante Y muy cruel Ppr que habla de la era del villiamo y como asesinaban Alos que eran soldados en esas epoca Y también es muy interesante ver Como fierro los mataba siendo mal tirador Y asi mismoato a mucho gente sin fallar ni un tiro.
ResponderEliminarEs muy interesante
esta muy buena la lectura de como Fierro y el villismo eran espejos contrapuestos, modos de ser que se reflejaban opuestamente uno de otro y como mataban a los soldados o los traisionero de villa
ResponderEliminarque todo habia terminado y lo dejaron en manos de villa y el separo a sus pricioneros de un lado los voluntarios orozquistasa quien creo les llamaban colorados y de la otra parte los federales y ya no me acuerdo de lo demas XD
pero esta lectura esta muy interesante
soy miguel getzael martinez trejo soy del 3E
ResponderEliminarBrenda Esteban Solis 3° E
ResponderEliminarLa historia va de los tiempos de la revolución mexicana,El villantismo, donde Fierro era el personaje más cruel de esa época, lo que más me llamó la atención fue la forma en que mataban a los prisioneros que fueron los colorados, puedo imaginarme las caras que ponían sus víctimas , pidiendo tan solo un poco de piedad, pero el perr* de Fierro no se las dió, como es posible que no tuvó compasión?(pero existe el karma)
Supongo que ha pesar de que erá un mal tirador , por su irá o ego logró quitarle la vida a 300 personas.
No me gusta mucho este tipo de lectura,pero ya conozco que no solo la revolución fue despojar a Porfirio Díaz de su dictarura y quedar igual que antes D: , ahora se que llegó a estos extremos.
es muy interesante porque te explica como mando matar a los enemigos de villa los "colorados"con ayuda del general fierro quien primero los separa entre colorados y federalistas. Los colorados se encontraban adentro de unos corrales , después algunos soldados que se encontraban ahí comenzaron a sacar a los colorados para después ser matados por el general fierro quien poseía un gran tino con las armas .
ResponderEliminarNo me gusto mucho porque contenía descripciones muy detalladas con palabras un poco difíciles de saber que significan aunque si fue interesante
El libro esta muy bueno e interesante a mi la parte que me llamo mas la atencion es cuando Fierro los divide en 2 grupos los colorados y los federales y como palneo todo para masacrar a los colorados Fierro aparte de se un mal tirador mato a todos sin dejar a nadie vivo hasta se escondian o intentabas escapar por los montones de cuepos no tubo compacion con ninguno de ellos
ResponderEliminarEl libro esta muy bueno para mi me gusto :D
habla d que fierro era un personaje muy cruel de esa epoca y que mando a matar a todos alos que seguian a villa el cual eran dos grupos "los colorados" y los federales, los colorados los tenian en un tipo establo para reces y ahy encontro a 300 mas y los saco para combatir, alfinal todos mueren por que el asistente mata a fierro y el tambien se termina matando..la historia m gusto un poco por que esta interesante, ero otro lado noo por que habla d pura muerte.
ResponderEliminarEs muy interesante, ya que Fierro era el mas cruel de la epoca, la parte donde mas me gusto es donde dice que Fierro se pone a matar a los "colorados", tambie me gusta mucho la explicacion de los disparos que da Fierro.
ResponderEliminarAna Montes 3° B
A mi me gusto mucho la lectura ya que explica como en los tiempor en los cuales se dio el villanosmo, se tomaba a Rodolfo Fierro como el personaje mas cruel de ese momento principalmente por su forma de matar a los "colorados", obviamente habia sido mandao por villa. No me parece justa la forma en la cual Villa separaba en los dos grupos respectivos a los pricioneros pues al parecer lo hacia al azar.
ResponderEliminarUna de las cosas que me llamo mucho la atencion era lo que les decian para hacerlos entrar a donde Fierro los estaba ejecutando:
¡Traidores! ¡Jijos de la rejija! ¡Ora vamos a ver qué tal corren y brincan! ¡Eche usted p’allá, traidor!
Me pregunto por que les llamaban traidores....????
Me parecio muy interesente la forma en la que actuaban los pricioneros y aun asi no se apiadaban de ellos. (Algunos prisioneros, poseídos de terror, caían de rodillas al trasponer la puerta: la bala los doblaba. Otros bailaban danza grotesca al abrigo del brocal del pozo hasta que la bala los curaba de su frenesí o los hacía caer heridos por la boca del hoyo.)
¿acaso no habra tenido un cargo de conciencia este Fierro por casi 300 acecinatos? ü
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ResponderEliminarLa historia me perecio importante fierre ere muy cruel en esa epoca y y el mato a todos los colorados y los colorados los tenian en un tipo establo para reces y ahy encontro a 300 mas y los saco para combatir, alfinal todos mueren por que el asistente mata a fierro y el tambien se termina matando.
ResponderEliminarBueno a mi parecer esto es lo que yo opino y o pienso de este buen libro(:
ResponderEliminarComo es que mataron a los "colorados" y a los otros prisioneros no?
Eso no es nada justo 7u7
No se como ese señor Fierro mato uno a uno a los colorados y su asistente con todos los cartuchos
JaaJaaJaa que mal plan osea como jugaban con los prisioneros colorados
como si fueran que?
Ademas Fierro los mataba siendo mal tirador Y asi mis mato a mucho gente sin fallar ni un tiro
Los soldados solo hechaban los caballos contra los colorados
pero Por que TRAIDORES? por que por que?
Bueno este libro es muy interesante tanto que te mete en la lectura y no quieres que termine
y la sigues leyendo y leyendo cada ves mas para saber que sigue y asi
Realmente es un muy buen libro (: *u*
El libro me envolvió mucho, como fierro mato a los colorados y eso que era mal tirador sin fallar. el libro esta demasiado interesante porque habla sobre como se ejecutaban a los enemigos en esos tiempos por el simple hecho de divertirse, es demasiado interesante el hecho de que todo esto se dio en la epoca del villismo.
ResponderEliminarJenifer Medina Sandoval 3E
ResponderEliminarLa lectura es muy interesante y muy argumentativa ya que en el se menciona que Fierro tenia encerrados a los colorados en unos tipos corrales y después los asesinaba, ya que su jefe era Villa. En mi opinión Fierro era el mas cruel de todos. ¿Cómo pudo asesinar a mas de 300 personas sin nisiquiera tener un poco de corazón?
Yo creo que la lectura deja mucho que decir y mucho que pensar por que como una persona mata a todos incluso quiero pensar que a los colorados que se escondieron los buscaba "hasta debajo de las piedras" hasta terminar con todos.
La verdad me gusto la lectura por que me hiso pensar lo injusto que pueden ser algunas cosas que suceden cada dia como sucedió en esa época.
Fernanda Gutierrez 3 "E"
ResponderEliminarLa lectura es muy interesante ya que habla hacerca de como se vivia en la epoca del villismo y como trataban a sus pricioneros
Te dice que Fierro y Villa separaron a sus pricioneros en dos grupos "los colorados" a los cuales mataron diciendoles que hera una carrera y si salian podian vivir pero a mitad de camino les disparavan ino por uno y asi los fueron matando y "los federales" a los cuales los dejaron vivir solo les dijeron que si querian unirce a ellos y si no les hacian prometer no levantarce en armas en su contra
Ese es un ejemplo de la desigualdad que se vivia en esa epoca ya que si tenias un buen puesto podias gosar de beneficios pero si heras pobre no tenias nada
esta muy interesante la parte del libro en que dice que fierro se pone a dispararle a los colorados nos informan como era nuestro país en aquellos tiempos tambien habla de como traicionaron a Fransua Villa no me gusto como matan a los colorados y a los pricioneros y se me hiso rarro fierro era mal tirador y mato a demaciada jente
ResponderEliminarEn fin espero esto le cirva para mi evaluacion
Godinez Escaeño Leonardo Daniel ñ..ñ
esta muy bien estructura el libro habla de los tiempos del villismo y de la mano de derecha de villa este fierro que tiene ordenes de de eliminar a un grupo llamado los colorados por que los que eran los preferidos eran los federales termnina matandolos y durmiendose en un pecebre en algunas partes se puede ver lo interesante del libro de como mata a esos 250 soldados a sangre fria ya que en esos tiempos mataban a cualquier persona por gusto o por solo una simple diversion ahora ya todo es disinto pero me gusto la lectura te da entender muchas cosas y reflexionar de acuerdo con las acciones que hacian años atras o las que se hacen actualmente
ResponderEliminarMe gusto mucho el libro
ResponderEliminarcomo el general fierro que segun era un mal tirador logra hacer un exterminio de 300 prisioneros sin fallar un solo tiro era tan bueno que calculaba el movimiento del viento
tambien como hablaba de la epoca del villismo una epoca de desigualdad muy bueno el libro hace que te metas en la lectura y te centres en ella ;) Edson Alejandro Vazquez Montoya 3 C
Bueno pues esta muy buena la lectura, como supuestamente Fierro nosabe disparar pero mata a varios sin fallar un solo tiro. Ademas en la lectura ye dicen cosas que jamas se diran en un libro de historia ya que esta llena de mentiras y traiciones.
ResponderEliminarMe gusto mucho la lectura por el tema que trata ya que es uno de mis favoritos y conforme iba leyendo me emocionaba mas.
Brandon Ocaranza 3:C
ResponderEliminargeneral fierro que segun era un mal tirador logra hacer un exterminio le llevan la pistola ala ala montaña para q el asistente y fierro se quedaran en el establo en la montaña ellos ya estaban preparados
Andrea Lizet Espinosa Macias 3.-E ♥
ResponderEliminarMuy buena la lectura.
Es interesante saber como Fierro mataba a sus prisioneros. Fue como un juego, una carrera, en la que los colorados tenian la oportunidad de ser libres desafortunadamente fierro logro matar a 300 de ellos.
Es interesante tener una idea de como supuestamente era México en ese entonces, saber que también había desigualdad. :)
En lo personal, yo no creo que fierro haya sido malo, lo contrario el lucho por el proletariado y por los derechos de los pobres.♥✌
A mi me pareció muy buena la lectura, ya que la redacción es de mi agrado, al igual que la narración de lo acontecido como la descripción de los sentimientos de los personajes. También ha sido interesante como dividían a los prisioneros entre los federalistas y los colorados, lo cual fue bastante injusto ya que es jugar con la vida de lo demás, lo cual fue malo ya que no hubo igualdad. En fin, el final a mi parecer fue muy bueno, ya que mi percepción sobre el fue que el asistente mato a Fierro el cual se lo merecía.
ResponderEliminarEsa fue mi opinión sobre lo narrado en la lectura (Soy Ximena Córdoba de 3°"C")
Mariana Cabrera 3 E
ResponderEliminarPara mi el libro no fue de mi agrado ya que se cometieron muchas injusticias habla sobre el Villismo Vs Rodolfo Fierro
Nos habla que el villismo se separaron en dos grupos los "Colorados" & " Federales" en los colorados eran los que iban voluntariamente y si se negaban se tendrian que ir casa sin tomar a armas sobre la causa.Eran hombres robustos, y altos dice que los encontraron en un establo de reses a 300 colorados y Rodolfo Fierro los mato sin piedad y eso que no era muy bueno con las armas .Fue el hombre mas cruel de la epoca . En mi opinion no se me hace justo nada de eso .
Pues a mi la verdad me aburrio un poco no me llamo la atención...!!
ResponderEliminarPero según esto entendí que eran como dos bandas unos eran "Los colorados" y otros "Los federales" Y los Federales estaban dirigidos por "Fierro" el era un hombre que al parecer era muy frío o no mostraba sentimientos y el tenía un asistente..
Después los colorados exigen la liberación de los prisioneros, Fierro poco a poco fue sacando prisioneros pero para que pudieran ser libres tenían que saltar una muralla solo que el era muy tramposo y fue matando uno por uno...
En la noche fierro escucha una voz pidiendo "Agua" así que desperto al asistente y el fue a ver de donde se escuchaba la voz y disparo hasta que ya no sé escucho absolutamente NADA.
Lorena Estrella 3ro "C"
yo entendi que la revolucion mexicana sacudio al pais entero cuando cambio la sociedad y que se han producido miles de cuentos y novelas de la revolucion
ResponderEliminarAngel Ceron Reyes 3º D
ami me gusto por que te habla del villismo la revolucion mexicana, la narrasion muy buena muy herstructurada ay te da el tema de la desigualdad social por el general fierro
ResponderEliminarlos soldados no tenian piedad por los demas fueran hombres o mujeres pero exelente le doy un 10
:)
a por sierto soy del 3ro E se me olvido ponerlo
EliminarItzel Montserrat Hidalgo Martinez 3*D
ResponderEliminarEs muy interesante la historia pues nos habla de la época en donde Villa mando a separarlos en dos grupos los colorados y los federales.
A los federales les daban dos opciones, pero a los colorados Fierro los mataba pues decía que eran traidores
Bueno la lectura es muy interesante pues comienzas y no quieres que terminé c: pues cada que continuas leyendo esta te da mas curiosidad saber que mas paso
Jessica Paola Cesin Martinez 3ro E
ResponderEliminarEs una historia interesante pero cruel, por que relata la forma tan sádica de matar gente, como es el caso de Fierro por ordenes de Villa pues mata sin piedad a 300 prisioneros los cuales llamaron "los colorados", la desesperación con que ellos corren cubriéndose unos a otros para no ser alcanzados por las balas y al final todos terminan muertos.
alan osejo 3E
ResponderEliminares una historia demasiado tediosa ,a mi me aburrio ubo una parte que me agrado en la cual los colorados corren a cambio de su vida pero a medio camino les disparan sin piedad {me recordo apocalipto}pero tambien no me agrado el echo de que fierro siendo mal tirador atinara a cada disparo
es un libro bueno pero muy tedioso